sábado, 2 de agosto de 2014

Adaline

SueRundle-Hugues

Adaline Clayton no sobresalía por su físico, era una joven bastante simple: ni alta, ni baja, un tanto delgada, de cabellos castaños rebeldes, poco dada a las artes y mala bailarina. Era la hija menor de un coronel del ejército al que casi nunca veía ya que luego de la muerte de su madre la había enviado, junto a su hermano mayor -Willard- a vivir con una tía abuela. Su tía abuela, Mertie Clayton, era una mujer mayor que vivía en las afueras de la ciudad; dueña de una tienda bien establecida se permitía una vida bastante cómoda. Adaline había tomado la costumbre de esconderse en el desván, una especie de bodega, almacén y depósito de libros viejos; abstraída en su propio mundo, siempre estaba buscando nuevos tesoros. Oakley Blewett, no era precisamente apuesto, pero sin duda resultaba atractivo, había ayudado a su padre en el molino de su familia y su cuerpo evidenciaba el esfuerzo físico, además era alto, muy alto. Su rostro no tenía la gracia, ni la estructura que se podía esperar de un hombre guapo, era más bien tosco, aunque reflejaba un carácter desenfadado y simpático. La Sra. Blewett se había esmerado en la educación de sus hijos, poniendo especial atención en las habilidades sociales. Había una sola cosa que Oakley disfrutaba más que nada: bailar. Su padre lo había enviado a estudiar a la ciudad y ahí conoció a Willard Clayton, tenían  muchas cosas en común y pronto se hicieron muy buenos amigos. Willard, era tres años mayor que Adaline, era un joven muy apuesto y elegante, más parecido a su madre que al Coronel -todo lo opuesto a su hermana. 

Oakley Blewett conoció a Adaline Clayton el día que la joven cumplió catorce años, y para hacer honor a la verdad, ya en esa edad evidenciaba que estaba lejos de convertirse en una hermosa y delicada jovencita. Para Oakley, Adaline era la hermana molesta de Willard, una niña plana como una tabla que cuando no los estaba siguiendo se escondía en el desván, que se inventaba extraños juegos y que nunca, nunca, hablaba con él. El día en que Adaline cumplió los dieciocho años, Mertie se propuso casarla pronto; la única verdadera cualidad casadera visible en su sobrina era la juventud, así que debía actuar con prisas y decidió hacer una gran fiesta para dar inicio a la búsqueda del mejor prospecto. 

Como cada año, durante las vacaciones Willard invitó a Oakley a pasar unas semanas con ellos, y como era costumbre, nadie le había informado nada a Adaline que se había enfundado en ropa de limpieza y organizaba por millonésima ocasión el desván. Si normalmente pasaba desapercibida, ese día era imposible no reparar en ella, llevaba puesto un viejo y nada favorecedor vestido, un pañuelo en la cabeza, y un delantal lleno de polvo y telarañas… al igual que el resto de ella. Se había pasado el día entero limpiando, matando cucarachas y poniendo orden, su tía, cuya casa siempre estaba impecable, no era aficionada a la lectura y desde la muerte de su esposo no se le prestaba atención a los libros que se acumulaban por todas partes. Durante años Adaline le había pedido permiso para acomodar una pequeña biblioteca, y a su manera lo había venido haciendo. Cuando su tía por fin aceptó que hiciera lo que quisiera fue a cambió que Adaline no se negara a la fiesta de cumpleaños, dejando a la joven sin opción alguna. Llevaba casi una semana metida en el desván, sin que se apreciara ningún avance, cada vez que se encontraba con un libro maltrecho hacía lo imposible por arreglarlo, cuando descubría un nuevo libro lo hojeaba, cuando encontraba un libro que ya hubiera leído… volvía a leerlo. Pasaba lo mismo con viejos retratos, cajas olvidadas y uno que otro documento.

Era un lunes de invierno, llovía torrencialmente y no escuchó la llegada del invitado, comió un poco de pastel de carne que Maudie, la chica que ayudaba en casa, le había llevado y se olvidó del mundo. Ya era muy tarde cuando se dio cuenta que había una gotera, procurando rescatar algunos libros que estaban en ese rincón, y a falta de escalera, se trepó en los estantes. Tenía las manos llenas y aún así se estiró un poco más para alcanzar un viejo volumen, con tal mala suerte que perdió la pisada, tiró los libros y el estante y calló al suelo. Fue tal el estrépito que todos en la casa corrieron a ver qué ocurría. La tía Mertie la regañaba por ser tan descuidada, Willard se cercioró que estuviera bien y luego se rió de ella. Adaline, confundida y golpeada en su amor propio reñía con su hermano sin prestar atención al joven que reacomodó el estante para que no le cayera en la cabeza. Fue hasta que sintió que la levantó en brazos que reparó en Oakley. Maudie indicaba el camino a la habitación de Adaline, tras ellos iban la tía Mertie, que aunque no lo pareciera estaba preocupada, y Willard, que estaba acostumbrado a que esas cosas siempre le pasaran a su hermana. Adaline se había quedado sin palabras, tampoco escuchaba nada de lo que le decían, solo era consciente de la presencia de quien la cargaba. Cuando Oakley la colocó con mucho cuidado sobre la cama, el espejo en la esquina de la habitación la hizo percatarse de su apariencia y un violento rubor cubrió su rostro. Era pasada la media noche cuando el médico informó que fuera de un tobillo lastimado y unos moretones, no había por qué preocuparse y por supuesto para el día de la fiesta estaría en perfectas condiciones si reposaba. Por la mañana, Adaline le pidió a Maudie que la ayudara e hizo su mejor esfuerzo para verse lo mejor posible, quería agradecer a Oakley, quería que la viera con la cara lavada y ropa limpia. No es que fuera un gran cambio, pero era algo.

Durante el desayuno, Oakley Blewett ni siquiera fijó en ella la vista más de un segundo. La conversación del joven era agradable y resultaba muy simpático, aunque no la incluía y respondía a sus preguntas con la menor cantidad de palabras posibles. En los días siguientes se repitió el mismo comportamiento, la joven se esmeraba en su apariencia y Oakley no la volvía a ver. Días después, Adaline, que había renunciado al reposo, se encontró con su hermano y con Oakley en las escaleras y hubo tal aire de decepción en los ojos del joven, que sólo su propia indignación era comparable. ¡Quién se creía que era para verla con tal aire de superioridad! Entró airada a la habitación sintiéndose tonta y segura de odiar al antipático de Oakley Blewett más que a nadie en el mundo. Pasaban los días y ella evitaba con obstinación encontrarse con Oakley, desayuna muy temprano o lo hacía en la cocina con Maudie, durante la comida hacía de cuenta y caso que no se encontraba ahí y cenaba en su refugio. Estaba tan molesta que le dolía el pecho, era tanta su indignación que se sentía miserable, y se había convencido que esos eran los síntomas del profundo odio que le producía el joven.

El día de la fiesta había tal cantidad de gente en la casa que se encerró en el desván tanto como le fue posible. Su tía la buscaba para que comenzara a prepararse y ella la evadía, lo último que quería era volver a esforzarse en su imagen. A pesar de sus protestas, y en contra de su voluntad, le pusieron un vestido nuevo y delicadas zapatillas, un collar de perlas al cuello y sobre todo, arreglaron su cabello. Adaline se veía tan distinta a lo usual, que inclusive ella creyó verse casi bonita por primera vez en su vida. Se prometió disfrutar la noche, los invitados eran muy amables con ella y recibió muchos cumplidos; algo le decía que era su noche. Caminaba en compañía de Cathrine Neelands, su mejor amiga, cuando se cruzó con la mirada de Oakley, que se encontraba del otro lado del salón. Era la primera vez que la veía fijamente y caminaba directo hacia ella. El corazón de Adaline latía tan fuerte que creía que opacaba la música, su mano se había clavado en el brazo de Cathrine, y su amiga se daba perfecta cuenta del nerviosismo de Adaline y de lo que lo causaba. Hay momentos mágicos y significativos, momentos en los que todo cobra sentido… Ese habría sido el momento de Adaline Clayton, de no ser porque cuando Oakley se encontraba a un par de pasos, Fannie Dagworth, que caminaba distraída, chocó con él y hubiera ido a dar al suelo de no ser por la rápida reacción del joven, que la sostuvo en sus brazos de tal forma que parecía una escena sacada de un cantar de gesta. Fannie era una verdadera belleza, hermosa, educada y una estupenda bailarina, lo que quedó más que confirmado cuando del brazo de Oakley se movía por la pista.

La tía Mertie le presentó a un simpático y poco atractivo joven que por algún motivo, desconocido para Adaline, se esforzaba por hacerla reír. Sidney Russel tenía diecinueve años, el pelo rojo, la cara pecosa y resultaba tan mal bailarín como ella. También bailó con Henry Pinch, un estudiante de derecho, nieto de un amigo de la tía Mertie, era bajo, serio y un excelente bailarín. Al terminar la contradanza un pequeño grupo se había reunido cerca de la chimenea, Adaline intentaba desesperadamente ser parte de la conversación, pero no podía evitar seguir con la vista a Fannie Dagworth que no se separaba de Oakley un solo instante. 

Poco después del final de la fiesta, cuando solo quedaban los más cercanos a la casa, Adaline se quedó a solas en el salón. Estaba molesta consigo misma y tomaba ponche con la mirada perdida en la ventana. Casi derrama el ponche cuando Oakley se acercó a ella y le dijo al oído “No vuelvas a bailar con ellos”. Aunque el corazón le dio un vuelco, estaba molesta y tan segura de odiarlo que no pudo evitar el tono de frialdad con el que le respondió.
- ¿Debería quedarme sentada viendo como bailan todos?
- Deberías bailar conmigo.
- ¿Fanny, tu y yo? ¡Sería una cuadrilla interesante! - Oakley se apoyó en el alfeizar de la ventana y sonrió con todo el encanto del que era capaz.
- ¿De verdad no te das cuenta? Toda la noche intenté bailar contigo, pero siempre uno de esos tipos, con los que tu tía te quiere casar, estaba a tu lado o bailaba contigo o te hacía reír; incluso te alejaste con tu amiga antes que pudiera invitarte... Me quedé al lado de Fanny porque estaba molesto y quería que me vieras.

Adaline se había quedado en silencio, su corazón latía fuerte, sus manos temblaban y veía fijamente a Oakley incapaz de articular palabra, quizá, después de todo esos no eran síntomas de odio. Él se incorporó y extendió su mano hacía ella y sonrió con un suspiro.
- Supongo que lo hice todo mal. ¿Adaline, bailarías conmigo? - No había música y aún así Adaline se dejó llevar y bailó con Oakley. No estaba segura de nada, pero se sentía feliz.
- ¿Puedo preguntarte por qué me evitabas? .- Oakley Blewett se sonrojó intensamente y acarició levemente la mejilla de Adaline.
- Últimamente te veías tan bonita que no sabía cómo hablar contigo. 




Entrada 5ª Edición
Premios Editorial dÉpoca
2014




Ilustración
Rundle-Hughes, Sue (2012).  Jo March from Little Women. En suerundlehughes.blogspot.com 

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